Flora
No es lugar para suponer bosques y robledales de fronda, pero hace tiempo el roble melojo vestía estas praderas en urdimbre impenetrable. Fuegos y pastoreos le han reducido al vestigio o esa condición que apenas le consiente asomar por encima de escobonales y brezos. La ingeniería contempla el monte como campo de cultivos, colocando manchones de pinos, repoblaciones y experimentos por todas estas cuestas.
También el paisanaje ha hecho lo propio. Sobre todo, quemar, el fuego muerde el matorral y aparece después pasto pobre. Pero el fuego, sobre todo, permite quemar urces y escobas, de las que se aprovechará el tocón de dura raíz al año siguiente. Esta recia madera es el combustible ideal para los lugareños. Las cepas de brezo constituyen el mejor carbón de fragua y se apilan junto a casas y leñeras esperando calentar pucheros o poner el horno al rojo.
Las primaveras son malvas y blancas de tanto brezo que tapiza el monte. Y el amarillo de la nabiza colorea mayo. El roble rebollo o melojo asoma en densos paños que alternan con profusión de urces y brecinas, escobas y carqueixas cuatro especies vegetales que se adueñan paulatinamente de todos los espacios que ha dejado la planta maderable.
Los brezos, que colorean todo el monte, ofrecen dos variedades básicas: el blanco y el negro, aunque éste último reciba el nombre pese a tener una acusada coloración malva-púrpura. Pero también hay brecinas rastreras. Asoman en el monte algunos ejemplares de encina carrasca, encina matorral de copa verde ceniza, espesa y de hoja carnosa.
Hierbas de pastos, gramíneas y tomillos se intercalan en los paños de monte, moteados por cantuesos, saxifragas, tusílagos, cerrajas, hierba de Santiago, cardos, lino montesino, gordolobos, dedaleras, entre cien variedades más. En el terrazgo de secano cultivado nacen centenos y cebadas, forrajeras o legumbres.
Junto al agua nacen alisos y cuatro variedades de sauces y algún intercalado fresno. Los chopos pueblan partes del soto entre el matorral de zarzas, endrinos salvajes y oras espinosas o madreselvas. En la pradería vuelve el chopo a ser lindero, en compañía de zarzamoras, espinos mayorales, brunales y sauces paleros. También verás mimbreras, fundamentales para la artesanía popular del cesto. Diferentes plantas pratenses y forrajeras, gatiñas, cardos, dedaleras, gordolobos, arvejas silvestres o amores de hortelano completan parte de este tapiz vegetal de bajura.
Pero avistarás también algún fresno, nogales, cerca del pueblo, manzanos, perales y cerezos, en las huertas donde se cultivan berzas, patatas, guisantes, judías, algún tomate…
Flores silvestres: narcisos, campanillas, violetas, amapolas, margaritas, rosales, diente de león…
Fauna
La fauna viene a congregar en estos parajes prácticamente a toda la nomina salvaje de León. Incluso más, ya que aquí están localizados algunos endemismos raros como esa salamandra sanabresa que llega a vivir nada menos que cuarenta años. Ocurre, sin embargo, que las modificaciones habidas en el orden agrario, tras el abandono de no pocas actividades tradicionales en las que mandaba el arado y el ganado, han afectado directamente a no pocas especies interrelacionadas con viejas faenas. La sensible disminución de superficies dedicadas al centeno se refleja en el descenso de perdices, liebres o zorros. Por el contrario, el aumento apreciable de superficies repobladas de pino ha supuesto la creación de un hábitat nuevo para la expansión del corzo o del ciervo.
Cuando la primavera balbucea en los primeros soles de marzo la vista puede cazar más fácilmente esta expresión salvaje, especialmente en lo que concierne a la actividad de las aves, cuyo laboreo de emparejamiento o nidificación se intensifica en estas fechas. Si deseas contemplar una de las actividades más frenéticas de la pajarada, como lo es su comida del mediodía, siéntate a la orilla del río a esa hora en la que eclosionan los mosquitos sobre la superficie del agua. Mosquiteros, lavanderas, algún herrerillo, cucarachas y carriceros se sitúan en los arbustos de la orilla atentos al bocado que pase flotando entre ellos.
En los robledales más o menos abigarrados que verás en las laderas situadas frente a ésta en la que paseas, puede escucharse al arredanjo, algún picamaderos y, con mayor dificultad, podría ver a la discreta becada, esa chocha perdiz o pitorra que anida en los suelos y cuya capa de pluma es un perfecto camuflante en sus movimientos.
En el monte te será un tanto más difícil el avistamiento de la fauna de mayor calibre, esos mamíferos que son consustanciales a este paisaje. El lobo, por ejemplo, fue siempre el mejor vecino de estos montes a pesar de su histórica persecución. El corzo es más probable en el avistamiento, ya que campa en todas las estribaciones del Teleno y tiene hoy más monte y menos gente que nunca, pero son otras especies las que se llevan la atención del curioso, como esa gineta cada vez más improbable o las comadrejas, garduñas o martas que pueden considerarse una verdadera excepción en este tiempo. El tejón resiste en las laderas bajas, al igual que algunos hurones que han de buscarse en estas cotas su dieta diaria.
En el aire de estos montes se escribe con alas la vida salvaje y verás una larga seria de rapaces, entre la que es más habitual el águila ratonera, aunque el milano, el alcotán o el cernícalo son también frecuentes.
Junto al río se registra una mayor actividad (chorlitejos, alcaravanes y andarríos, entre otros). No es difícil que puedas avistar alguna garza en invierno o esos ánades reales (azulones) que faenan ocasionalmente en algunos tramos fluviales. Anota también en estas bajuras las aves más comunes: mirlos, urracas, grajas, abubillas, algunas tórtolas y torcaces.
En el agua la trucha manda en los ríos que ha gozado tradicionalmente de una transparencia exquisita, ya que los embarramientos en riadas y crecidas no se producen con la intensidad de otros cauces. La nutria faena en tramos del río con denso matorral que la proteja.
Existe también toda esa interminable vida menuda de pequeños mamíferos, reptiles e insectos que aquí encontrarás en la misma profusión que en los mejores parajes naturales de León.
Fauna histórica de Cabreira
El macizo de Trevinca supone, como es notorio, el punto montañoso más alto de Galicia y uno de los más sobresalientes de las montañas galaico-leonesas. Sin embargo, a pesar de su importancia geodésica posiblemente constituya este ámbito, así como los montes y cordeles circundantes, el sector natural más desconocido de nuestra península.
Pocas, por no decir inexistentes, son las referencias bibliográficas relativas a la fauna y a la flora de estos pliegues montañosos hasta comienzos del siglo XIX. No obstante, puede pensarse como principio general que la biodiversidad existente en los siglos anteriores no debía diferir de la comprobada científicamente para el mismo sistema montañoso. Las investigaciones arqueológicas realizadas en la Sierra del Teleno acreditan que en los tiempos de la romanización abundaban las siguientes especies: lobo, cabra montés, oso pardo, ciervo, rebeco, etc. Creemos que estos valores biológicos se encontraban en igual densidad en el territorio que vamos a analizar pormenorizadamente. Como sostén de esta teoría, podríamos fundamentarnos en la amplia toponimia recogida. Así, existen lugares conocidos como El Gallo, Valiña da Cerva, Corzos, Villas de Ciervos, La Osa, etc.
Esta situación ecológica no debió de sufrir alteraciones reseñables hasta aproximadamente el siglo XIII. La expansión demográfica de los siglos posteriores, lleva consigo una desvalorización del estado salvaje de estos montes hercínicos, lo cual implica, prima facie, una disminución de la fauna local, aunque no produce transitoriamente extinción de especie alguna. Así en 1807, el Brigadier Munárriz señala para El Bierzo una lista de mamíferos, que coincide en su totalidad con la ofrecida “ut supra” por los arqueólogos Domergue y Esparza. Este plantel faunístico se extendía al unísono por la comarca de Valdeorras, ya que por aquel entonces, parte de la misma pertenecía a la provincia de León.
Es a partir de 1850, merced a las informaciones casuísticas de Madoz, cuando comienza a apreciarse un retroceso creciente en este ecosistema que va a producir con los años, la desaparición de varios herbívoros de gran relevancia.
Pensamos que el primer animal de estas características que definitivamente se pierde, es el gamo (dama dama), pues sólo aparece citado por Madoz en la aldea de La Baña, al pie del Picón y de Peña Trevinca. Igual suerte debió de correr la cabra montés, pues Francisco Purroy (1987) comenta que su extinción de Cabreira ocurre a principios del siglo actual.
Las peñas y risqueras de Casallo debieron de ser, sin duda, uno de los últimos escenarios hábiles de este bóvido. Lo confirma así el científico Dantín Cereceda en 1942, al escribir: “En las sierras limítrofes de Val de Orras hubo en tiempos cabras montesas”. Es posible que con este texto Dantín se estuviese refiriendo a la subespecie lusitánica, desaparecida del macizo galaico-duriense en la segunda mitad del siglo pasado.
Una caza excesiva, según la tesis de Purroy, propició la extinción de este rumiante. Ahora bien, si Trevinca ha sido usualmente punto de referencia para las monterías, como reconoce Castroviejo en su Guía Espiritual, no es erróneo pensar que otras causas más latentes, cuyos síntomas se remontan a la Edad Media, determinaron a la postre la ausencia del reseñado ungilígrado. Conviene recordar en este punto que pese a desarrollarse una actividad venatoria desordenada en estos montes, a finales del diecinueve, sus consecuencias debieron atenuarse en 1902, al entrar en vigor la nueva legislación cinegética.
El siguiente mamífero autóctono que cronológicamente desaparece de este complejo montañoso fue el ciervo (cervus elaphus). Este herbívoro todavía era numeroso hace una centuria (Grande del Brío, 1982). El ocaso de este ungulado debió de acaecer hacia los años treinta. Las noticias recopiladas por el montañero barquense Estévez Valle (en lo sucesivo Estévez) indican que algunos venados se mataron en Casallo en los años previos a la Guerra. Por aquel entonces, la presencia de este cornúpeta era inusual en la zona de estudio. Nos confirma este hecho Mourille en el año 1928. Este autor ya no señala el ciervo como pieza cinegética en el municipio cabreirés de Encinedo. La muerte de un ejemplar zamorano en 1936 (Reguera Grande) y el avistamiento de una pareja en 1925 (datos propios), pueden reforzar la tesis de su extinción. Hoy en día regresan a estas tierras favorecidos por las reforestaciones que forman bosques de pinos.
Otro de los cérvidos desaparecidos de la zona es el rebeco (rupicapra rupicapra), que ni siquiera es citado por Madoz como un habitual de este territorio. Debe tratarse necesariamente de un error, propio de obra tan enciclopédica como la realizada por este ministro decimonónico. El profesor Cabero Diéguez sostiene por el contrario que este vertebrado era un habitante cotidiano de los montes de Cabreira y de los limítrofes, en los inicios del siglo XX. Como complemento de ello, podríamos añadir que esta cabra montaraz incluso se utilizaba como objeto de regalo. El escritor y magistrado, don Luis Alonso Luengo, recuerda haber sido obsequiado con tan singular presente en 1917. Las cacerías de estos ungulados, comandadas varias veces por el ponferradino Pedro Barrios, proliferaron en los años posteriores, derrochándose en alguna ocasión cantidades nada despreciables en municiones.
En aquella época, no sólo había gamuzas en Trevinca, sino que también bastantes ejemplares pululaban por las cumbres del Morredero (Medina Bravo, 1927). Esta población en concreto parece haberse perdido en la década de los cuarenta, como ha señalado recientemente Garnica Cortezo.
Terminado el conflicto bélico de 1936, el rebeco se va haciendo raro en el territorio estudiado. Reguera Grande (1985) nos revela los postreros datos de este mamífero en la comarca de Sanabria. Los últimos ejemplares se cazaron entre 1940 y 1945, en la zona de Vega del Conde; produciéndose el último avistamiento en las proximidades de la laguna de Garandones.
Igual fenómeno se observa en la Trevinca leonesa. Se mataron algunos ejemplares hacia 1950, en las cercanías de La Baña, según testimonios recogidos en la comarca. Se mantiene la misma tónica en la provincia de Orense, aunque los datos terminales relativos a este cérvido son más recientes. Dos años antes de la guerra fue abatido un rebeco en los montes próximos a Casallo (Estévez). El último avistamiento de esta especie, noticia proporcionada por un cazador de Casallo, ocurrió en Octubre de 1970.
Pasemos a continuación a exponer el devenir histórico de una parte de esta fauna galaica que oficialmente se estima extinta, pero a la luz de los datos, mayoritariamente inéditos, mucho nos tememos que tal afirmación es una mera presunción, que si no se corrige, puede suponer la pérdida de auténticas joyas zoológicas; en algún caso el error sería insubsanable.
El urogallo (Tetrao urogallus) es, en términos generales, una especie aún desconocida para la mayoría de habitantes de estas sierras agrestes. A pesar de ello, Purroy y otros autores dan por cierta su pervivencia en los Montes Aquilanos hasta las primeras decenas de este siglo. Más benévola fue la situación de esta ave en Trevinca, donde se la supone vigente después de terminada la Guerra Civil. Un guarda forestal afirma haber visto una hembra de esta especie en la misma Sierra de Cabreira. Esta noticia sorprendente concuerda con los datos publicados por la revista Natureza Galega, relativos a la presencia de este gallo salvaje en el conocido “Teixedal” de Casallo. En apoyo de esta tesis parecen acudir los citados Iglesias y Pérez, que incluyen esta especie como un inquilino más de los montes de La Valdueza. Sería deseable averiguar si estos avistamientos son el resultado de proyecciones extra-radiales del círculo vital de este gallo montaraz o significan más bien una reutilización estable de estos biotopos.
No olvidamos en este estudio la opinión reciente de Carreño Lozano que estima la extinción, en los montes de Sanabria, de especies tan relevantes como el ciervo, el urogallo o el úrsido, hace tan sólo unas décadas.
El anterior comentario permite introducirnos en el análisis histórico de los grandes depredadores desconocidos de estas montañas. Uno de ellos es el lince (Lynx pardina). Mamífero que posee el triste privilegio de encabezar las listas críticas en las que se cita. El carácter esquivo y misterioso de este felino, unido a su tradicional escasez, hace difícil encontrar datos históricos precisos. No obstante, presuponemos su existencia estable en este espacio hace siglos. Las noticias conocidas, de uno y otro signo, nos hacen pensar que este carnívoro fue corriente en Galicia durante el siglo XV. Tres siglos después era insólito en El Bierzo (Fray Martín Sarmiento); mientras que en Galicia se le consideraba más frecuente. En la época de Madoz, pese a su mutismo, puede deducirse que el lince existía en el sector estudiado, a tenor de las informaciones de Graella. Esta situación parece haberse mantenido durante los años sucesivos. Así, el mapa distributivo de la especie en 1900, elaborado por Grande del Brío, incluye el macizo galaico-leonés dentro de los dominios del felino. Los expertos, todavía en la actualidad, sostienen que este vertebrado sobrevive en este ámbito montañoso. Grande del Brío lo cita en la Sierra de Cabreira; el dúo, Rodríguez y Delibes, sospecha que pudiera existir en la Sierra del Teleno.
La constancia histórica del lince en la zona viene subrayada por la obra de Ramiro Pinilla (Antonio B., 1977). Novela dura, inflexible, que retrata las condiciones infrahumanas de La Baña de 1940; “camina como un tigre montés”, señala el protagonista, refiriéndose al histórico guerrillero antifranquista, Manuel Girón. Este planteamiento histórico puede verse refrendado por la vigencia de este félido en Sanabria en 1960 (Rodríguez y Delibes). Estos mismos autores destacan la muerte de un viejo ejemplar hacia 1975, en la Sierra del Caurel. Datos útiles, pues pudieran guardar relación con recientes avistamientos, que diversas fuentes sitúan a ambos márgenes del río Sil.
Otro de los carnívoros más representativos de este macizo, fue indudablemente el oso pardo (Ursus arctos). Animal mítico, paradigma del mundo salvaje y bravío, que todavía hoy subsiste en contados rincones de nuestro solar ibérico. Considerado antiguamente como un ser cruel y feroz (Libro de la Montería de Juan Vallés, 1556), representa en la actualidad el estandarte de una naturaleza que lucha por no desaparecer. Por ende, sería injusto no desvelar algunas noticias que adveran su fidelidad actual a estas montañas agrestes. El Diccionario de Madoz nos describe una serie de localidades del oriente orensano, visitadas por los úrsidos. Los datos correspondientes a Casallo son inequívocos y parecen ratificar una relativa frecuencia. Esta población de osos, posiblemente unida por aquellos años a los individuos de las Sierras de Queixa y del Caurel, conectaba con los ejemplares de la Cordillera Cantábrica a través de las serranías de Cabreira y de los Montes Aquilianos.
Las exiguas noticias del plantígrado recopiladas hasta ahora, indujeron a pensar en su desaparición, hace unos cien años, de este espacio. No obstante, un examen más profundo, sin ser todavía definitivo, sugiere la tesis opuesta. Es notorio, incluso, que varios ejemplares fueron cazados en los albores del siglo XX. Así, Grande del Brío (comunicación personal) conoce algunos animales abatidos por aquellos años, tanto en Cabreira como en Sanabria. Por su parte, Ladoire Cern‚ (1982), comenta el último ejemplar matado en Zamora a principios de siglo. También, Reguera Grande (1985) nos relata la muerte de un oso, en 1920, en San Ciprián de Sanabria. Esta relación cinegética se ve incrementada por otras informaciones, provenientes de nuestras investigaciones, que acreditan la caza generalizada del úrsido hasta prácticamente el estallido de la guerra. Todavía se recuerda en Cabreira Baja alguno de estos episodios venatorios. Se mataron osos en Lomba, en Sotillo, en Odollo; en Marrubio, Bernardino González cazó un ejemplar con anécdota incluida, corría por entonces el año 1920.
La Sierra del Eje, tampoco fue ajena a estas cacerías. Verbigracia, durante la 2ª República, un vecino de Casallo mató un individuo en las cercanías de Riodolas. La cabezota del oso presidiría en lo sucesivo la casa familiar. En aquella época, los osos frecuentaban el extremo oriental orensano. Atacaban las colmenas en Teixeica, y se atrevían inclusive con el ganado doméstico en Ponte. Curiosamente, las piezas cobradas más al norte, son más escasas. Un cazador de Compludo, por ejemplo, acabó con una hembra en 1895. El Señorío de Bembibre exigía a sus súbditos, en el siglo XVIII, una piel de oso en concepto de vasallajes y prestaciones (Balboa de Paz).
En este elenco, no podemos olvidar los hechos ocurridos cerca de Igüeña, sobre 1883. Un plantígrado moribundo destrozó la cara de Andrés Marcos, haciéndole caer la piel hasta el maxilar inferior. Acontecimiento, ciertamente sorprendente, que propició el argumento principal para una novela publicada en 1976. Pese a lo limitado de estos datos cinegéticos, los autores a estos territorios más septentrionales les atribuyen una presencia ursina más actual. Fruto de esta opinión son las informaciones del Diccionario Geográfico de 1959; citan al oso como una especie más del municipio de Igüeña.
Creemos que el aislamiento secular de la zona de estudio, ha sido uno de los motivos que ha influido en el desconocimiento de esta población ursina. Con razón el científico alemán, F. Krüger, se quejaba de que la comarca de Casallo estaba siendo ignorada, en los años veinte, por los estudios geográficos de carácter provincial. Como consecuencia de todas estas conjeturas, nosotros sostenemos la teoría de que el ámbito de Trevinca encierra la clave existencial de este plantel osero, aún por conocer. Solamente un estudio minucioso de todos los elementos convergentes, permitiría averiguar si esta población ha sucumbido.
La llegada de la guerra de 1936, originó que los montes de Casallo se poblasen de guerrilleros y escapados que resistieron en estas ásperas peñas hasta 1951. Esta particularidad tuvo naturalmente que perjudicar a los ejemplares que todavía vagaban por las riberas del río San Xil. Asimismo, la explotación de wolframio, con sus consecuencias inherentes (en 1953 producía esta industria 550 Tm.), debió significar un acelerado deterioro de estos parajes. Sin embargo, toda esta coyuntura negativa, no resultó letal para el mantenimiento del carnívoro. Como complemento de todas estas ideas, podríamos añadir que Grande del Brío tiene recogidas diversas noticias que certifican la pervivencia de este indómito animal en los años sesenta y setenta.
El oso pardo proporciona un patrimonio natural, etnográfico y cultural envidiable. En la Edad Media, algunos filósofos esbozaron su verdadero carisma. Escribía el franciscano Juan Gil de Zamora, en su Historia Naturalis del siglo XIII, que los osos fueron creados, entre otras cosas, para que el hombre admitiese su propia debilidad con relación a la Naturaleza. En cualquier caso, esta presencia pretérita y coetánea del úrsido, nos sirve para reivindicar el carácter salvaje de estas sierras abruptas, todavía en la penumbra.
Aprovechamiento micológico en los ecosistemas de Cabreira
Cabreira Alta como en la Baja existe un claro predominio de matorral (urces y brezos), debido a un ancestral proceso de deforestación de las manchas de melojo o rebollo (Quercus pyrenaica), en favor de la ganadería lanar (cabras y ovejas). Las repoblaciones a base de coníferas se han efectuado en pueblos como Pozos, Manzaneda, Quintanilla de Yuso, Cunas, Corporales, Puerto del Carbajal… (alternando Pinus sylvestris y Pinus pinaster).
Los pueblos de Cabreira como Manzaneda, Pozos, y Quintanilla de Yuso que limitan con el gran pinar de la ladera sur de la Sierra del Teleno perteneciente a pueblos como Morla, Torneros de la Valdería, Castrocontrigo y Tabuyo del Monte se han dejado llevar de la inercia que ha supuesto para estos pueblos de la Valdería la comercialización del Boletus pinophillus denominado vulgarmente “hongo”. De esta manera, estas repoblaciones de coníferas han servido de forma indirecta e inusitada como fuente de riqueza para los habitantes de Cabreira, donde la recogida y fructificación del “hongo” es algo anterior a la eclosión que tiene lugar en los magníficos pinares de Castrocontrigo, Nogarejas y Tabuyo del Monte.
La fructificación del “hongo” (Boletus pinophillus) y del “boleto comestible o calabaza” (Boletus edulis), en menor cuantía tiene la ventaja de que fructifica tanto en primaveras lluviosas como en otoño. La comercialización centrada en Castrocontrigo, Nogarejas y Cubo de Benavente (Zamora) ha alcanzado algunos años más de cincuenta toneladas.
Igualmente se aprovechan y se comercializan las demás especies típicas de los pinares. Estas especies son más tardías (noviembre-diciembre) y tienen un precio bastante más bajo. Se comercializa la “seta del caballero” (Tricholoma equestre = T. flavovirens) que durante la Edad Media era reservada para “los señores o caballeros”, mientras los siervos, vaqueros o la plebe se tenían que conformar con el “boleto viscoso-anillado” (Suillus luteus) o el “boleto bovino” (Suillus bovinus).
El famoso “níscalo” (lactatius deliciosus) se envía a Cataluña, donde el “rovelló pinetell” es una de las setas más apreciadas y donde se consume gran parte de la producción de León. El “níscalo” tiene un paladar granuloso (al igual que todas las especies del género Lactarius y Russula) y es aconsejable precocinar sus carpóforos a la plancha para amortiguar su sabor resinoso. Es una seta apropiada para acompañar guisos, carnes de caza, etc. Se conserva perfectamente en aceite, sal o vinagre. Son varias las especies semejantes a Lactarius deliciosus que se comercializan también como “níscalo o rovelló”: Lactarius sanguifluus o “lactario color sangre” cuyo látex es de color rojo sangre y no de color zanahoria como en el caso de Lactarius deliciosus; Lactarius semisanguifluus, con látex de color rojo sangre pero con tendencia a mancharse mucho de verde en las láminas; Lactarius salmonicolor, especie que fructifica bajo los árboles de los géneros Abies y Picea con el sombrero amarillo naranja, sin coloraciones rojizas ni verdes; Lactarius deterrimus, con la carne de sabor amargo y se vuelve verde en el pie, especie micorrícica de las Piceas. Todas estas especies son comestibles de buena calidad, si exceptuamos L. deterrimus. Por tanto, las confusiones entre estas especies tan próximas no tienen la más mínima trascendencia. En los pinares de Cabreira las dos especies existentes son L. deliciosus y L. sanguifluus. Si reviste importancia el confundir estos “níscalos” con el “falso níscalo” (L. torminosus) que tiene las láminas de color carne o crema, látex blanco inalterable, picante y acre, márgenes aterciopelados o lanosos y fructifica bajo abedules. Se le atribuyen trastornos gastrointestinales y efectos purgantes.
En estos pinares también se encuentra la “capuchina” (Tricholoma portentosum) especie que aguanta las primeras heladas fuertes de noviembre y diciembre. Resulta, me atrevería a decir, un excelente comestible (sobre todo rebozada) si se tiene la paciencia de quitar la cutícula que confiere al sombrero un aspecto gelatinoso. De inferior calidad gastronómica es la “negrilla” o “fredolic” -seta del frío según los catalanes- (Tricholoma terreum) que tiene como principal inconveniente la fragilidad de su carne. Si no se tiene cuidado en el transporte llega uno a casa con “migas de negrilla”.
Dos especies muy frecuentes en los pinares de Cabreira son “boleto anillado” (Suillus luteus) y el “boleto granulado” (Suillus granulatus), que según muchas publicaciones sobre micología son catalogados de “buenos comestibles”. Su carne es excesivamente blanda e insípida.
Fuera del ecosistema o hábitat específico que forman las repoblaciones de pino, existe una pequeña repoblación de abedul efectuada en los años 50 en Corporales. Son dos pequeños bosques situados en zonas de sombría y humedad que han tenido un desarrollo espectacular y que en la actualidad han micorrizado con una serie de especies típicas de los abedulares autóctonos: Lactarius necator L. Turpis = L. plumbeus, Lactarius glyciosmus, Leccium scabrum, Lactarius torminosus, Russula aeruginea y Tricholoma flavobrunneum, especies que aunque no tienen ningún valor culinario si exceptuamos el Leccinum si poseen un gran valor científico por la demostración evidente que supone la calidad del bosque que genera una repoblación de abedul en vez de las tradicionales repoblaciones con coníferas.
También existen dos bosques autóctonos de abedul en Truchillas, Iruela y las inmediaciones del Lago de La Baña. Aquí fructifican las especies del género Leccinum (L. versipellis = L. testaceoscabrum y L. rufum) que cada vez tienen más aceptación culinaria.
Por último, tenemos los bosques de rebollo o melojo en torno a Manzaneda, Pozos, Quintanilla de Yuso, Truchas, Truchillas (donde comparte el hábitat con el abedul y es más abundante el roble albar: Quercus petraea), Llamas de Cabreira y Santalavilla (donde ocupa la parte más alta de una preciosa mata de alcornoque, “zufeiros”, joya ecológica que debemos proteger antes de que sea demasiado tarde). En los robledales en torno a Manzaneda fructifica abundantemente una especie poco conocida en León pero excelente comestible, se trata de la “molinera” o “mojardón” (Clitopilus prunulus), así denominada por su olor fuerte y penetrante a harina fresca. Esta especie se caracteriza por sus láminas algo decurrentes y blancas, que después se tornan rosas por el color de las esporas. Es fácil confundirla con algunos Clitocybes tóxicos, por tener ambas especies el sombrero blanco, si no se tiene la prudencia de observar detenidamente el color de sus láminas y el fuerte olor. Se trata de una seta muy frágil que por consiguiente hay que transportar con suma delicadeza.
En los sotos de castaños frecuentes en los municipios de Cabreira Baja (Benuza, Castrillo de Cabreira y el Puente de Domingo Flórez) son abundantes las especies del género Russula. No debemos olvidar que existen más de 300 especies de rúsulas, de las cuales no hay ninguna tóxica. Solamente algunas especies (R. emética, R. mairei, R. betularum…) son eméticas o purgantes.
El resto de las especies es suficiente con probar su carne y distinguir si es acre o dulce para saber su comestibilidad. La Russula más frecuente y apreciada es la “carbonera” (Russula cyanoxantha) que en los últimos años se ha empezado a comercializar. Menos conocidas y apreciadas cib ek resti de kas rúsulas que fructifican: Russula heterophylla, Russula vesca, R. olivácea, R. Aurata…
Las setas asociadas a los “soutos” de castaños son de familias y géneros muy variados. En los últimos años la más conocida y frecuente ha sido el “rebozuelo” (Cantharellus cibarius) que fructifica durante la primavera (mayo-junio) y a principios del otoño (septiembre-octubre), siempre muy tapada por las hojas del castaño, resulta fácil su recolección por crecer en grandes grupos, de tal manera que una vez localizado el primer carpóforo después se recogen los demás. Es una especie muy apreciada en la Península Ibérica y en Europa. Tiene la gran ventaja de que agusana difícilmente, su carne es recia y en vez de láminas posee pliegues. Huele a albaricoque y posee un sabor fragante.
Una especie que crece en los troncos de castaños viejos es el “hígado de buey” (Fistulina hepática) que los ingleses llaman “hongos bistec” debido a que la carne cortada parece carne de vaca de primera calidad, al fluir un jugo rojo. La parte superior es de color naranja rojizo que oscurece en la madurez pasando a pardo púrpura. No tiene láminas y si poros de color pardo rojo que se manchan de rojo mate cuando se tocan. Puede llegar a alcanzar 30-40 cm huele agradablemente y posee un gusto más bien agrio en crudo. Este hongo produce podredumbre parda en la madera del castaño. Para el consumo se recomiendan los ejemplares jóvenes y cocinados rápidamente para evitar su tendencia a secarse y a volverse correoso. Al fructificar sobre la madera del castaño suele estar muy limpio y no requiere ser lavado. La mejor forma para cocinar el “hígado de buey” es cortarlo en rodajas muy delgadas y saltearlo lentamente con panceta, ajo y un poco de tomillo.
- Cumbres de Peña Trevinca. Comunidades vegetales en óptimo estado de conservación. Destacan los enebrales rastreros como vegetación clímax, además de los cervunales, las comunidades que colonizan los canchales y las rupícolas. Entre la flora merece especial atención el arándano negro (Vaccinium uliginosum) y la genciana occidental de flores anaranjadas en lugar de amarillas (Gentiana Verona subsp. aurantica o la Cardamine raphanipholia subsp. gallaecica) que coloniza los regatos de aguas nacientes. Significativa representatividad de estas cumbres en relación con la vegetación mediterránea.
- Lago de la Baña. La laguna, que presenta una morrena terminal, se encuentra rodeada de brezales y de pequeñas muestras de abedulares donde se puede observar algún ejemplar de tejo (Taxus baccata). En su entorno, la presencia de Ranunculus parnassiifolius subsp. cabrerensis, que encuentra en este lugar su limite más occidental de distribución, así como la de Isoetes volata asturícense, le confieren una fuerte singularidad.
- Lago de Truchillas. Su interés estriba en la presencia de especies endémicas así como por el complejo glaciar en el que se localiza. En los matorrales se hacen dominantes la Genista sanabrensis, cuya distribución se limita casi exclusivamente a las sierras que circundan la comarca, y el enebro rastrero (Juniperus communis subsp. alpina). Los abedulares cercanos y los pastizales propios de estas alturas hacen todavía más importante la conservación de este espacio, aparte de la vegetación ligada a la propia laguna entre la que destaca, como en el lago de La Baña, Isoetes volata subsp. asturicense.
- Arroyo Lago (Alto de Peña Negra). La existencia de bosques mixtos de abedul (Betula pubescens subsp. celtibérica) y de chopo temblón (Populus trémula), tanto en el fondo del valle del río Truchillas, como sobre turberas planas y canchales, hacen de este área algo muy peculiar, ya que representan todas las ecologías en las que el abedul prospera, así como permite la existencia de un alto grado de diversidad vegetal, mereciendo ser destacadas entre las plantas con flores que allí habitan Saxiphraga spathularís. Drosera rotundifolia y Pinguicola vulgaris, estas dos últimas de las mal llamadas plantas carnívoras.
- Cambrionales del pico Surbial y estribaciones (Corporales). Comunidades vegetales de carácter mediterráneo, pero en su extremo norte de distribución. El cambrión (Echinosparfum lusitanicum) es una leguminosa espinosa que ocupa, en este área, suelos esqueléticos de carácter ácido, que convive con una gramínea de gran tamaño: Festuca gratinicola, y que compone el territorio con comunidades vegetales de carácter primocolonizador.
- Pico Cabeza de la Yegua. Este pico situado en el límite entre las comarcas de Cabreira y el Bierzo concentra una gran cantidad de especies adaptadas a las condiciones adversas propias de las grandes altitudes, estando en representados en ellas muy distintos habitáis. En matorrales climax, endemismos noroccidentales ibéricos como Genista sanabrensis. En rocas desnudas: Diantus langeanus, Sedum brevifolium, Agrosti durieui. En los emplazamientos donde la nieve permanece acumulada gran parte del año, las comunidades conocidas como cervunales, con cervuno (Nardus stricta) y orófilas como Poa alpina subsp. legionensis. En las grietas de los paredones cuarcíticos: Spergula rimarum y Murbeckiella boryi. En los canchales y gleras finas: Senecio pyrenaicus y Ranunculus parnassiifolius.
- Alisedas de Llamas de Cabrera. Estas alisedas ocupan en el río Cabreira zonas de muy difícil aproximación por encontrarse en un área muy angosta y escarpada, lo que ha determinado su escasa alteración. La densidad de alisos (AInus glutinosa), junto con fresnos y hojas de mimbrera de salvia (Salix salvifolia), así como el cortejo de flora herbácea que acompaña a las especies arbóreas, es el característico de estos bosques de galería.
- Alcornocales de Santalavilla. Los alcornocales ocupan en la provincia áreas térmicas y húmedas. Estos bosques de alcornoque (Quercos súber) están representados casi de forma exclusiva en el curso bajo del río Cabreira y merecen especial atención los de Santalavilla por su buen estado de conservación. Florísticamente no se diferencian de otros encinares del entorno.