Hace algunos años la comarca de Cabreira presentaba una infraestructura económica basada en una agricultura y ganadería de subsistencia, fundamentalmente por dos razones:
• En primer lugar, la ubicación de la zona dificulta, sobre todo en invierno, las comunicaciones, motivo por el que la compra-venta de productos, así como la asistencia a los mercados, se vería notablemente reducida;
• En segundo, las características geográficas de la comarca no son muy adecuadas para grandes explotaciones con altos rendimientos. Se trata de un relieve muy accidentado, no apto para la agricultura y cuyo suelo, no en exceso fértil, se dedica básicamente al cereal.
Hoy en día, estas actividades tienen menos importancia ya que existe un incipiente sector servicios representado por entidades bancarias y comercios, y un sector de industria representado por obras de albañilería y sobre todo por las canteras de pizarra que están cambiando la estructura económica de esta comarca.
En líneas generales, podemos decir que la situación económica de Cabreira ha potenció un alto grado de éxodo rural entre la población más joven, hacia la capital leonesa o a las más próximas localidades de Astorga y La Bañeza e incluso el Bierzo, llegando en algunos casos a traspasar las fronteras provinciales en dirección a Galicia, Madrid o Barcelona, pero que al día de hoy, debido al “boom” pizarrero, se necesitan trabajadores que vienen del Bierzo por el Morredero o por Puente de Domingo Flórez.
A continuación, vamos a realizar un estudio más detallado de las características de la agricultura, ganadería, explotaciones minerales y oficios tradicionales, así como la evolución o desaparición de algunas de las técnicas más características de la comarca.
AGRICULTURA: NIVELES ESPACIAL Y ECONÓMICO
Los cultivos se clasifican en dos tipos, según sean de regadío o de secano. Entre los primeros podemos citar las praderas que sirven de pastizal al ganado y los huertos, de carácter familiar y dedicados a lechugas, verduras, fréjoles… En las tierras de secano se siembran principalmente cereales, como trigo y centeno, predominando éste último, por la escasa calidad del terreno.
Antiguamente en estos pueblos, tenían que buscar zonas de siembra allá donde las hubiese, aunque sea en las cumbres de los montes; esto hacía que para bajar las cosechas desde lo alto tuviesen que utilizar troncos entrelazados a modo de trineos. Una vez abajo sólo tenían que cargar las carretas.
El suelo no es duro, aunque tiene bastante escombro. El sistema de cultivo empleado es el de barbecho, que consiste en dejar sin trabajar las fincas un año; este primitivo método de regeneración de la tierra impide la recolección durante un año o un ciclo de siembra, con lo cual su sistema económico se empobrece al carecerse de productividad durante dicho periodo de tiempo. Igualmente no es aprovechada la totalidad de la superficie existente, por cuanto cada año se siembra en una zona, la cual recibe el nombre de mano. Estas dos características condicionan notablemente el índice de rentabilidad de las tareas agrícolas de la comarca, incidiendo nuevamente en la inexistencia de intercambios comerciales, dada la carencia de excedentes agrícolas.
La alternancia o rotación también es conocida por los agricultores de Corporales, siendo el centeno y la patata los dos cultivos que intervienen en la misma. Esto es motivado por la larga duración del ciclo de producción de algunos de ellos, ya que al tener meses comunes es imposible realizar el trabajo de ambos en una misma tierra.
La rigurosidad del clima de montaña que afecta a la comarca impide que en líneas generales se puedan fijar con exactitud las fechas de inicio y fin del ciclo. En algunas ocasiones, cuando correspondía comenzar la siembra era imposible dado que las tierras estaban cubiertas de nieve. En el mes de mayo empiezan a arar las fincas que sembrarán de centeno en octubre, siendo recogido en agosto.
La preparación del terreno, previa a la siembra, se realiza con la ayuda del ganado vacuno, que uncidos tiran del arado que va roturando la tierra. Las vacas son unidas por el yugo que se protege de las inclemencias del tiempo con una piel de perro que cubre también la cabeza de los animales. A las vacas que aún están sin domar se les coloca en la nariz una anilla denominada narigón, de la cual tira, mediante una cuerda, la persona que dirige al animal para que no se desvíe del surco que debe seguir. Asimismo si desea que alguna vaca no coma mientras está trabajando, se le coloca un bozal que le impedirá hacerlo.
El abono utilizado para favorecer la fertilidad del suelo es natural, de origen animal. Se traslada en carros hasta las fincas y una vez allí se dispone en montones que posteriormente serán esparcidos.
Respecto a la siega, se hace a mano con la hoz. La trilla se realiza con ayuda de máquinas, estando prácticamente en desuso los manales, destinados exclusivamente al centeno. Actualmente se desgrana en un breve período de tiempo y se recoge la paja hacia los pajares y el grano se almacena en las casas. Todo ello se desenvuelve en un ambiente festivo y de bullicio, herencia de las antiguas fiestas celebradas durante las majas, nombre que recibía esta actividad. La paja se utilizaba para hacer cuelmos y en la alimentación del ganado; si se necesitaba en grandes cantidades se transportaba con carros, pero si era en pequeñas lo realizaban las mujeres en atados, sobre su espalda.
Para separar el grano de la paja se utiliza la majadera o desgranadora. Se hacen manojos o gavillas, después montones y por último se acarrea a la era, donde se hace la meda o mornal. Se coloca de forma circular y con techumbre, de tal manera que la espiga queda guardada en el fondo, protegida de la lluvia. Los trillos utilizados se traen de un pueblo de Avila llamado Cantalejo.
Algunos aperos de labranza que aún se conservan en algunos de estos pueblos, a pesar de la rudimentariedad de algunos de ellos son: la guadaña, el rastrillo, la raña y el escobajo. El primero de ellos se utiliza para segar, el segundo para arrastrar la hierba, el tercero para acarrearla de un lugar a otro haciendo montones o metiéndola en el carro y el cuarto tiene una finalidad semejante a la de una escoba, en la limpieza de las cuadras.
También existen azadas y azadones, que sirven para cortar los cepos. Cuando es necesario afilar algunos de estos útiles, la piedra con la que se va a realizar se moja en un cuerno de vaca hueco que tiene agua, llamado cornal.
Respecto a los arados, existen en dos clases: el romano y el de caballería. El primero está hecho de madera de roble y negrillo y sus partes reciben los siguientes nombres:
Arado romano: Realizado en madera. Partes que lo componen:
1. Rabiza; 2. Mesa o diente; 3. Tariruela; 4. Orilleiras (orejeras);
5. Pezpineiro; 6. Reja de tubo
La unidad de medida más utilizada, y más importante era el cuartal, equivalente a 11,5 Kgs. Estaba realizada en madera, sus caras son trapecios, lo cual motiva que el fondo sea más pequeño que la superficie, empleándose para medir el grano.
Para el transporte de los materiales o cultivos se usaba y se usa aún hoy el carro chillón. Lo más peculiar de este carro son sus ruedas. Para construir estas, se usan maderas de nogal, fresno, negrillo y moral. Las rejas del rodal suelen ser de roble. La madera se cortaba en menguante de la luna de diciembre. La rueda consta de cinco piezas: una medial, más abultada, macho, que tiene a uno y otro lado las segundeiras y éstas a su vez las cambas. Todas estas piezas se unen por otras que las atraviesan en su grosor, rejas o reyas. Para su construcción se practicaba un hoyo en el suelo de un diámetro poco mayor que la rueda y se prendía el combustible, bien sea carbón o algún tipo de madera que hiciese buena brasa. Cuando estaba al rojo vivo se metía el aro y se calentaba todo por igual. A continuación, con unas tenazas largas se sacaba y se colocaba sobre la rueda ya preparada en el suelo. Con unos gatos se hacía encajar perfectamente el aro sobre la rueda, mientras otras personas echaban agua para que la madera no se quemase. Cuando el aro estaba bien ajustado sobre la rueda, se metía en el río o en algún recipiente con agua, con el fin de enfriarlo todo y hacer crecer la madera para ajustarlo.
Un cultivo tradicional en la zona es el del lino, del que aun se conservan algunos instrumentos como el ripio, lafitera y la espadiella, y al que nos referimos más detalladamente dentro del capítulo de Oficios Tradicionales.
Por último, podemos decir que otro tipo de cultivos apenas tiene representatividad dentro de la comarca, pudiéndose destacar la presencia de nogales y algunos árboles frutales, como manzanos, escasos en número y reducidos al marco de los huertos próximos a las viviendas. Los chopos y otros árboles se podaban para usar su hoja como comestible para el ganado.
En conclusión, Cabreira es una comarca caracterizada por una agricultura de subsistencia y autoconsumo, sin intervención de relaciones comerciales y en la que predomina la tradición, frente a las innovaciones tecnológicas.
GANADERÍA: NIVELES ESPACIAL Y ECONÓMICO
El sector ganadero supone en esta comarca un bien complementario de la economía agrícola en cuanto a la producción de leche, carne, crías, lana, piel, estiércol, etc., pudiendo destacarse igualmente la riqueza piscícola y cinegética de Cabreira, representada ésta última en especies como la perdiz, codorniz o liebre.
Parte de la población se dedica a las faenas agrícolas y ganaderas, en régimen de trabajo autónomo y con un reparto equitativo de las tareas entre hombres y mujeres. El ganado se alimenta, principalmente, de los pastos de la montaña -beceras de vacas y rebaños de cabras y ovejas- y de hierba, paja y harina en los meses de invierno, dada su rigurosidad que impide la salida de las cuadras.
El vacuno contribuye económicamente con la producción de leche, carne, y comercialización de los terneros, e indirectamente con su empleo en las tareas agrícolas; pudiendo clasificarse en tres tipo de razas: vaca autóctona del país, pinta y ratina o parda alpina. Su cuidado presenta unas características peculiares que merece la pena resaltar: se establecen beceras o vacadas, para cuya vigilancia se fija un turno de rotación entre los vecinos, que supone un día para cada uno, independientemente del número de cabezas que tenga. Las reses que no se emplean en la labranza, constituyen una becera independiente del resto y pastan alejadas del pueblo durante todo el día. Por el contrario, el resto sale hacia las cinco de la mañana al toque de campana para regresar alrededor de las once y colaborar en las faenas de arar, achanar, etc., volviendo de nuevo al monte hacia las cinco de la tarde hasta el oscurecer.
El ganado menor -lanar y cabrío- es el más abundante, predominando el primero sobre el segundo, por su resistencia a los contrastes del clima y a las dificultades del terreno y por ser poco exigente en sus pastos. El aporte económico que ofrecen radica en la producción de lana, carne y, en menor grado, de leche.
En cuanto a razas, destaca la oveja churra adaptada al país. Se trata de una especie autóctona de montaña de pequeño tamaño, una sola cría, lana caída y ubre corta porque no se las ordeña.
Durante el verano, se organizan, igualmente, en sistema de becera, alimentándose de hierba en las partes altas del monte, brezos, y en los pastizales de los valles. Hace algunos años existían pastores que acudían al monte con los rebaños, pero actualmente se carece de ellos, por lo que se han visto obligados a establecer un turno de rotación entre los vecinos que consiste en un día por cada docena de ganado que se posea.
Las beceras suponen un claro exponente de la vida comunal de los vecinos y un rasgo característico de su capacidad organizativa en función de la actividad económica que desarrollan.
El pienso no figura entre los productos de consumo del ganado de Cabreira, ya que el cereal que se cosecha, no se vende y sirve como alimento tanto a cerdos, como vacas y caballos, y en raras ocasiones, a las ovejas, sin que se plantee la necesidad de recurrir a la alimentación artificial. También se utiliza la parte más fina de la hoja de roble, que se recoge en septiembre y octubre, atándola en haces igual que los cereales (cuelmos) y se almacena en la parte más alta del pajar, dando calor al mismo tiempo al ganado, porque no permite el paso de corrientes de aire.
La comercialización del ganado y de sus productos constituye una de las principales fuentes de riqueza; la mayor parte de las crías se vende, cuando tienen veinte días o un mes, a un tratante de Baíllo, aumentando la demanda durante las campañas de Navidad y Semana Santa y por consiguiente su precio.
Un apartado muy importante dentro de la actividad ganadera es la cría del cerdo, animal que por sus características se aprovecha prácticamente en su totalidad, coadyuvando eficazmente a la dieta alimenticia de los vecinos de esta comarca, a la vez que contribuye al autoabastecimiento. La matanza tiene lugar, generalmente, en el mes de septiembre, haciéndose chorizos, jamones, lomos, etc. El tocino se consume en su totalidad, aprovechando parte de él en la elaboración de jabón. Asimismo, la manteca es utilizada como sustituto del aceite, aunque cada vez en menor medida. La matanza se cura al humo, en cocinas que destacan por su característico color negruzco. Una vez finalizada la misma, inmediatamente se compra una nueva cría, generalmente en el mes de noviembre, que será cebada con productos de cultivo; por tanto, en el mismo momento que se cierra un ciclo, se inicia otro nuevo que desembocará en una próxima matanza.
Además del cerdo, también se matan corderos, cabritos, conejos y gallinas, que criados en los propios pueblos, forman parte de la dieta alimenticia de los habitantes de la comarca.
De lo expuesto anteriormente, podemos concluir afirmando que Cabreira es una comarca dentro de la cual la ganadería representa un papel muy importante en la economía de sus pueblos, a la vez que sienta las bases, juntamente con la agricultura, del autoabastecimiento que la caracteriza.
EXPLOTACIONES MINERALES
Las explotaciones mineras constituyen un apartado muy importante dentro de la economía de Cabreira, motivo por el cual nos detendremos en ellas para reconstruir su historia.
Nos encontramos, ante una zona rica en recursos minerales, estando registradas cuatro explotaciones de hierro, wolframio, estaño y plomo, que se comparten con términos municipales de Zamora, Orense y la propia provincia de León. Es además rica en calizas, aunque su mayor potencial radica en la pizarra, la cual es de excelente calidad. El comienzo de su aprovechamiento se produjo en Cabrera Baja, aunque actualmente existe también en la Alta, donde se conocen varias explotaciones en funcionamiento.
Hasta la década de los sesenta la comarca de Cabreira parecía resignada a su suerte. El panorama que se dibujaba por los montes del sudoeste de esta comarca no invitaba al optimismo. La economía ligada fundamentalmente a una agricultura de subsistencia y la ganadería, suponía el mejor pasaporte para que sus habitantes hicieran las maletas en busca de nuevos horizontes y unas perspectivas más esperanzadoras. Sin embargo, a golpe de dinamita de los pioneros, se consiguió cambiar su triste sino. Poco más de tres décadas más tarde la situación ha cambiado, existe pleno empleo y la gente viene a trabajar de otras zonas fuera de Cabreira, como pueden ser el Bierzo, Zamora y Orense.
El sector de la pizarra mantiene su ritmo de crecimiento apuntado en el último trienio aunque los pizarreros levantan el pie del acelerador ya que las ventas se han reducido este año y aumenta el material almacenado. Este crecimiento se ha traducido en la comercialización de 234500 toneladas de este mineral en el año 99, lo que supone un incremento de un once por ciento con respecto a la campaña del 98. De todo este material extraído, más de 200000 toneladas traspasaron nuestras fronteras nacionales con destino al mercado europeo, primordialmente. El mercado francés continua siendo el principal comprador de la pizarra extraída de los montes del Bierzo y de Cabreira, ya que, según los datos que maneja la Asociación de Pizarristas de Castilla y León (Apical), aproximadamente la mitad de las exportaciones de pizarra, concretamente el 44 %, tuvieron como punto de destino final, el mercado de nuestro país vecino. Alemania, con un 28 % de las exportaciones de pizarra en el pasado ejercicio, y el Reino Unido, con quince por ciento, además de Benelux volvieron a constituir los principales centros de demanda de pizarra de la región en 1999. Por lo que respecta a las ventas, los pizarristas de la región lograron en la campaña del 99 alcanzar la cifra de los 17500 millones de pesetas a la hora de comercializar su producto, de los que aproximadamente 15500 se obtuvieron vía exportación. Es muy probable que este año no se alcancen los 19.000 millones de pesetas de facturación que a lo largo del año 2000 sumaron las distintas empresas bercianas y Cabreiresas que se dedican a este negocio.
En estos momentos, en la provincia de León hay aproximadamente 22 explotaciones de pizarra en funcionamiento, principalmente localizadas en la zona de Cabreira y el Bierzo Sudoeste. El número de trabajadores que en la actualidad tienen empleo directo en alguna de las actividades profesionales dependientes de la extracción y comercialización de la pizarra se aproxima a las 2500 personas. Una cifra que al hablar de ocupaciones indirectamente relacionadas al sector se llega a triplicar, el número supera los 9000 empleos. Las empresas pizarreras avanzaron el incremento del empleo en el sector en tomo al 12% a lo largo del último año. La relativa buena salud del sector, sobre todo comparado con otros como el carbonero, da cuenta de la firma del último convenio el pasado verano, y que se redondeó con una subida de los salarios del 5%. Aun a cambio de suprimir la antigüedad, pocos trabajadores en España pueden jactarse de un repunte similar en sus salarios. Además las empresas asumieron la retribución del cien por cien en caso de incapacidad laboral transitoria.
Pero el impacto ambiental que producen las explotaciones de pizarra es grave, así como que desde la década de los 80 es el único motor de Cabreira. La pizarra es un recurso no renovable cuya extracción hay que racionalizar para no atentar contra el potencial paisajístico de la comarca.
Las fuentes antiguas nos hablan de la extraordinaria fecundidad aurífera de la Península Ibérica, y más concretamente de su noroeste; así Plinio en su Historia Natural hace referencia a la riqueza minera del oro en la provincia de León. El desarrollo conseguido por Roma en este aspecto fue singular; acaso la obra más importante de sus dominios, explotándose los aluviones de las estribaciones de los montes de León desde lejanos tiempos. Algunos investigadores han señalado la importancia que tuvieron las minas del noroeste de la península en la política que siguieron los romanos al organizar la región de los astures.
Los yacimientos auríferos del N.O. peninsular, entre los que se encuentran los de Cabreira, se clasifican en cuatro principales modalidades: terrazas de depósitos aluviales, placeres de río, filones de cuarzo aurífero y rocas (esquistos, cuarcitas más o menos blandas) requiriendo, cada una de las modalidades, una forma distinta de explotación. Pero de ellos hablaremos en un capítulo más adelante.
OTROS DATOS ECONÓMICOS
OFICIOS TRADICIONALES
Cabreira constituye un núcleo rural que se debate en una lucha titánica entre el progreso y la tradición. Por un lado, resultaría improcedente negarse a admitir todos aquellos avances tecnológicos que la ciencia pone a su servicio para mejorar su calidad de vida; por otro, el carisma que la tradición posee en la comarca es lo suficientemente importante como para que sus habitantes, especialmente los de mayor edad, intenten su supervivencia, sin que ello suponga un conflicto respecto a las innovaciones. Se trata de lograr el difícil punto de equilibrio entre tradición y progreso; si Cabreira lo ha conseguido o no, espero que pueda colegirse del análisis de las páginas siguientes.
Los cabreireses han desempeñado oficios muy diversos a lo largo de su vida, algunos de los cuales han desaparecido mientras otros aún perviven, aunque con importantes modificaciones. El denominador común de todos ellos era la subsistencia, es decir, cada una de las actividades realizadas tendían a satisfacer las propias necesidades del pueblo. Actualmente este aspecto ha sufrido modificaciones, por cuanto algunos de los productos elaborados mediante el trabajo personal, han sido sustituidos por otros procedentes de fábricas y con diferente materia prima, como es el caso del hilado y tejido; en otros casos, se ha suprimido la elaboración individual en favor del trabajo en grandes cantidades y la comercialización en masa de dicho producto, como ha sucedido con el pan. A pesar de la tendencia a la desaparición de la actividad individualizada, en aquellas familias donde ha existido un artesano aún se recuerdan las técnicas y se conservan los instrumentos empleados como vestigios de una historia reciente.
La panadería como base de subsistencia
Uno de los casos que ya hemos citado anteriormente es la panadería, que ha desaparecido de algunos pueblos como Corporales y subsiste, aunque con grandes modificaciones, en otros como Quintanilla, que junto a Castrocontrigo y Castroquilame son los distribuidores de este producto básico, tratándose de uno de los ejemplos más característicos de la tesis expuesta sobre la dualidad de conservación de la tradición e introducción del progreso. Si bien las panaderías existentes tienen incorporadas técnicas modernas de fabricación del pan, los hornos más primitivos aún se conservan en núcleos, como el citado en primer lugar. Los hornos más antiguos de los que se tiene constancia son los denominados de llorigo, así llamados por los dos estantes del mismo nombre que tenían en su interior, con un ancho mínimo de cuarenta centímetros y que se disponían en forma semicircular, a modo de graderío.
El aspecto exterior del mismo es el de un prisma rectangular de cuatro metros de ancho por tres de alto, aproximadamente, con una boca cuadrada de sesenta centímetros, colocada a ochenta del suelo. El interior, construido en adobe o ladrillo refractario con un reboque de barro sin paja, tiene forma abovedada, rellenándose el hueco entre la bóveda y la cubierta exterior con arena, que facilitaba la conservación del calor. No tenía chimenea y la salida de humo se realizaba por la boca.
La capacidad de este tipo de hornos es mayor que la de aquellos que carecían de los llorigas, ya que se podían colocar unas seis hogazas en cada uno de ellos y de doce a veinte -según tamaño- en el suelo, cantidad común para cualquier clase de horno siempre que el tamaño fuese similar. Su utilización podía ser de carácter familiar, o bien conjunta para más de una, facilitándose un único amasado y un considerable ahorro en el mantenimiento del fuego.
El panadero era el artesano de este trabajoso oficio que se iniciaba preparando una masa a base de harina de centeno mezclada con una escasa cantidad de trigo, por ser más abundante el primer cereal que el segundo. Esta materia prima se obtenía gracias a la intervención de otro elemento trascendental en la vida de Cabreira: el molino. Aún se conservan algunos por la comarca, como el de Corporales que, construido hacia 1920, continúa funcionando aunque su ritmo de trabajo haya decrecido considerablemente. Consta de varias partes que reciben diferentes nombres según su función específica: en primer lugar, nos encontramos con un recipiente en forma de pirámide invertida y truncada por la base, donde se deposita el grano, llamado tarimuella. A continuación éste cae por un conducto denominado canaleta, en cuyo extremo se encuentra el rastrillo, pieza metálica dentada que gira alrededor de un eje que mueve la piedra, -de las dos que existen, sólo gira la situada en la parte superior mientras que la otra permanece fija-, permitiendo que salga el grano y caiga sobre ésta para ser triturado. Una vez molido, pasa al farnal, arca de madera donde se deposita, para proceder a su posterior almacenamiento.
Debido al gran peso de la piedra, existe la media luna, especie de pinza que la sujeta por los extremos, pudiendo levantarla y trasladarla de lugar. Los martillos para picar la piedra y reparar algún desperfecto por el uso, se denominan picas y tienen forma romboidal.
Asimismo, existe otra rueda debajo del molino sujeta con un eje de madera que traspasa la base de la construcción y se abre desde el interior con una llave hexagonal, permitiendo el paso del agua y el movimiento giratorio del canto que inicia la molienda. La entrada de agua desde la presa hasta el cilindro y la hélice que mueve la piedra se denomina la canal y la salida hacia el río la caliente.
Una vez obtenido el harina se guardaba en un zurrón de piel de animal confeccionado con el pelo hacia la parte externa. En una artesa de madera, conocida con el nombre de masera, se mezclaba con agua, levadura y sal y se obtenía la masa del pan, reservando una pequeña parte de la misma durante ocho días, transcurridos los cuales se envolvía con harina, realizando las funciones de levadura; era lo que se denominaba fermiento o masa madre. Una vez hecha la masa, se dejaba reposar o fermentar, antes de meterla en el homo, que se calentaba a base de leña como roble, encina, brezo y sobre todo destacaba el tojo, por ser el que más calor proporcionaba. Las hogazas se introducían con la pala, instrumento realizado en madera y con un mango de gran longitud para poder alcanzar el fondo del horno; cuando éste tenía llorigas, se empezaban a colocar por el más alto.
Para evitar que se quemara el pan con la brasa del fuego, se barría éste con escoba natural, disminuyendo a la vez la temperatura de la baldosa que era de barro cocido.
Para empujar la brasa hacia la boca se empleaba el rodro, útil de madera en forma semicircular y provisto de mango largo. El rescoldo se apartaba hacia derecha o izquierda para poder hacer llama y ver si el pan estaba cocido, a la vez que se mantenía constante la temperatura. Una vez realizada esta operación, se barría el horno con la escoba mojada o mundiella. Cuando estaba en su punto se extraía con la pala, dando por finalizada la tarea.
En la actualidad, este proceso, así como los hornos descritos, forman parte del recuerdo de los habitantes de Cabreira, ya que las técnicas empleadas en estos momentos distan bastante de lo expuesto anteriormente.
El hilado del lino y lana como proceso previo a la confección
Se conoce con el nombre de hilado al conjunto de actividades encaminadas a la transformación del lino o de la lana en una materia susceptible de ser utilizada en el tejido o confección de diferentes prendas.
El trabajo del lino consta de un elevado número de fases que hacen del mismo un proceso complicado y laborioso, motivos que han contribuido a su desaparición, así como la mayor comodidad y rapidez que proporciona el artículo manufacturado, frente al de fabricación artesanal.
Se inicia con la siembra de la planta, alrededor del 13 de junio, en parcelas rectangulares con canales de agua intermedios, siendo cosechado a últimos de agosto o primeros de septiembre. Una vez recogido, y estando verde todavía, había que ripiarlo, es decir, quitar la linaza o semilla. Esto se hacía con un ripio, útil de madera en forma de tenedor, entre cuyos dientes se le hacía pasar. A continuación tenían que cocer el lino, tarea que consistía en depositarlo durante ocho o quince días dentro de una poza cerrada con agua de manantial estancada. Antiguamente, se añadía ceniza al agua con el fin de blanquearlo, empleando más recientemente jabón y lejía. Por último, se tapaba con cañas, paja, leña y piedras, dejándolo en reposo. A mediados del mes de septiembre ya estaba preparado para recogerlo; seguidamente, desataban los manojos y los tendían en hileras de veinte a treinta metros sobre una pradera. Cuando se habían secado al sol, se ataban en pequeños haces para majarlo, es decir, golpearlo sobre una gran piedra redondeada, hasta conseguir una apariencia similar a la paja. La siguiente fase dentro de este complejo proceso se denomina espadar y se efectúa apoyando los manojos sobre lafitera, para irlo cortando con la espadilla, especie de hacha de mano realizada en madera con rebajes a modo de filo. Seguidamente se procede a rastrillar, obteniendo así las diferentes calidades del lino, que variaban desde el cerro, el de mayor calidad y del que se obtenía el lienzo, hasta las ravesas o tascas, que era el más basto y lo primero que se extraía, sirviendo para la realización de las llamadas mantas de Pavilo. La categoría intermedia se conocía con el nombre de estopa (o estopilla) y se utilizaba indistintamente para urdir y tejer, mezclándose con lino en el primer caso y empleándose en la confección de quilmas o sacos.
Una vez rastrillado, está en condiciones de ser hilado; para ello se ataba un haz a la rueca y se le hacía pasar hasta el huso, a la vez que se iba trabajando con la yema de los dedos. La rueca era un palo de madera de sanguino, con un ligero abombamiento romboidal, hueco en su interior, situado en la parte superior del útil. Mientras que la rueca es toda de madera, el huso tiene la empuñadura de urz y la punta de hierro. Esta característica es la que diferencia al huso del lino del empleado para el hilado de la lana, cuyo extremo es de madera; por el contrario, la rueca puede utilizarse independientemente de la materia empleada. A continuación se pasaba al torno para torcerlo. Este consistía en una rueda que giraba mediante una manivela apoyada en un soporte de madera con cuatro patas y dos tablas, que en sentido longitudinal prácticamente se juntaban en la parte opuesta a la rueda. En este punto de unión se colocaba el huso, hasta el que llegaba una cuerda cruzada proveniente de la rueda. Accionada la manivela se ponía en marcha el mecanismo, que gracias al movimiento de rotación torcía el lino, quedando preparado para la fase final del tejido. Mientras existieron telares en la zona, lo tejían sin necesidad de depender del exterior, y cuando carecieron de ellos, -por los desperfectos sufridos por el uso y el lógico paso del tiempo y ante la imposibilidad de ser reparados-, lo enviaban a Sanabria (Zamora) o a Val de San Lorenzo (Astorga-León), pueblo éste último de gran tradición textil, aún en la actualidad.
En estos últimos casos, el tejido había experimentado notables progresos, pero en la época en que se realizaba en Cabreira el telar empleado, conocido con el nombre de urdidor, era muy rudimentario. Consistía en dos gruesos palos colocados paralelamente en posición horizontal y unidos mediante unos hilos verticales atravesados por un peine que tejía cruzando dichos hilos. A medida que la tela se iba realizando, pasaba a enrollarse en un rodillo dispuesto para tal fin, formando piezas de gran tamaño. La confección de las prendas corría a cargo de las mujeres del lugar o del sastre, dependiendo de la pieza deseada y de la capacidad adquisitiva de la familia. En la actualidad este quehacer se encuentra totalmente en desuso y no es en absoluto añorado por la gran complejidad y laboriosidad que implicaba.
Bien distinto es el caso del hilado de lana, mucho más simplificado, y que aún hoy en día constituye un quehacer cotidiano para numerosas mujeres cabreiresas. Si en el caso del lino debíamos remontamos a la época de la siembra, al referimos a la lana debemos hacerlo al momento en el que se esquila la oveja para obtener el vellón. A continuación se procede a lavarla en el río, secándola preferiblemente al sol. Seguidamente se escorpena con el fin de conseguir que quede suave y suelta, ya que de no ser así, se dificultaría la tarea siguiente que consiste en ir abriendo y estirando el vellón para cardarlo y sacar suavemente el pelo; ésto se puede realizar a mano o con la ayuda de una carda de púas de hierro. Seguidamente se coloca en la rueca, de forma similar a la expuesta para el lino. Esta fase se denomina rucada y con la ayuda del huso se comienza a hilar. De entre la lana atada a la rueca se extrae el hilo que se va girando entre las yemas de los dedos, -untadas de pez-, para irlo enrollando el uso que gira libremente suspendido por ese único hilo. En el momento en el que el huso tiene suficiente cantidad, se dobla el cabo y se unen los dos ovillos, para iniciar el torcido sobre un huso de hierro. Este proceso así explicado es manual, si bien puede realizarse también en un torno. Si en vez de hilar la lana directamente en ovillo se hace en madeja, ésta se devana con la ayuda de dos útiles de similar finalidad aunque con diferente funcionamiento: la naspa y la devanadeira. La primera trabaja en sentido vertical y la segunda en horizontal. El sistema de ambas coincide, ya que se trata de un eje fijo en madera con una cruz que gira vertical u horizontalmente, según se trate de una u otra.
Finalizada esta fase, tenemos la lana preparada para ser tejida y transformada en prendas de abrigo. Nuevamente nos encontramos ante una labor artesana, realizada con agujas, cuyo número varía en función de la pieza trabajada; generalmente se trata de dos, aunque en ciertos casos como en el de los calcetines se emplean cinco y auxiliadas por el palillo, pieza de madera en forma de aguja con un orificio en su parte más ancha; el extremo más afilado se clava en el ovillo y lo sujeta la tejedora entre su ropa, a la altura de la cintura; en el citado agujero se coloca una de las cinco agujas metálicas, que junto con las cuatro restantes van dando forma al calcetín.
El producto final de este trabajo resulta bastante tosco, por cuanto la lana no ha experimentado ningún tratamiento para su refinamiento ni para evitar la aspereza de su tacto, pero ofrece a cambio la seguridad de una materia prima natural sin mezclas y el valor de un trabajo artesano, cada vez más difícil de encontrar en una época donde la tecnología se impone en detrimento de la conservación de las tradiciones.
La herrería como actividad auxiliar de la agricultura y ganadería
Siempre existe un apero de labranza que arreglar o un animal que herrar, por lo que el forjado del hierro representa para núcleos rurales como los existentes en Cabreira el complemento imprescindible en sus tareas agrícolas y ganaderas diarias.
Aunque en la actualidad no está en funcionamiento, se conserva en Corporales una herrería, que se mantiene en excelente estado, evitando, en la medida de sus posibilidades, su destrucción. Su objetivo inmediato era la satisfacción de las necesidades que pudieran surgir tanto en el pueblo como en los núcleos próximos, sin que en ningún momento se fabricasen objetos destinados a su comercialización.
Se trata de una edificación de piedra de reducidas dimensiones y en cuyo interior se pueden apreciar las diferentes partes que caracterizan a una fragua. En primer lugar nos encontramos con un gran fuelle accionado por un palo de roble, que a su vez es movido por una gruesa cadena. El aire expulsado se dirige directamente hacia el rezagal, lugar donde hacía el fuego y sobre el cual se colocaba el hierro para que, alcanzando altas temperaturas, pudiera ser más fácilmente moldeado. Si era de pequeño tamaño, se sujetaba con unas tenazas, pero si se trataba de un bloque mayor se utilizaba el tornillo, especie de torno que enganchaba la pieza. Cuando el hierro estaba «al rojo», se añadía canto moleño deshecho en polvo sobre él, con el fin de aumentar la temperatura, procediendo seguidamente a moldearlo según las necesidades del útil que se fuese a crear. Este se apoyaba sobre el yunque y allí era forjado con ayuda de instrumentos como la marra, que servía para golpearlo y las tenazas curvadas, así llamadas por tener los extremos de sus pinzas en curva para favorecer la sujeción y moldeado del metal.
Por último, era imprescindible enfriar la pieza, fase que se conoce con el término de caldear o templar el hierro, para lo cual se introducía en un canal de agua corriente, construido en el interior de la fragua.
Mediante este minucioso proceso, surtía a los agricultores de todo tipo de aperos de labranza, entre los que podemos citar como más representativos: azadones, rejas, azadas, etc., sin olvidamos de las herraduras para la ganadería de la zona.
Una labor que si bien no es propia del herrero, como la fabricación del calzado, en el caso de esta comarca si está íntimamente relacionado con ella, y más concretamente con el remate de los zuecos, botas de gruesa suela de madera y piel de animal -cuero-. La unión de estos dos materiales la realizaba una tira metálica de unos tres centímetros de ancho, denominada lamilla, que debía ser realizada en la fragua. La figura del zapatero no existía y cada vecino se fabricaba su propio calzado, aunque con la ayuda de este artesano.
En resumen, nos encontramos ante el análisis de un oficio cuyo origen radica en el único deseo de paliar aquellas necesidades que pudieran surgir en el pueblo o en sus alrededores, sin tener que recurrir a puntos más lejanos que retrasarían innecesariamente las labores propias de un núcleo esencialmente rural y agrícola.
El trabajo de cestería y la utilidad de sus productos
El empleo de cañas de mimbre en la elaboración de cestas no puede ser clasificado como un oficio propiamente dicho, por cuanto se trata de un trabajo no reglado, de carácter familiar y motivado por la necesidad de recipientes para el almacenaje de productos. Principalmente se hacían cestas de mimbre de salguera, cuyo tejido se iniciaba por una base circular en la que se entremezclaban varas largas que constituían el armazón vertical de las paredes. Se ataban en el extremo, con una que estuviese verde y se procedía a entretejer otras cañas en sentido horizontal, hasta alcanzar la altura deseada. Seguidamente se procedía a rematar en oblicuo, colocando dos asas laterales o una sola que uniese los extremos opuestos.
Otra modalidad la constituían las escriñas de paja, dedicadas fundamentalmente a contener patatas, pan, harina, etc. Se trabajaban en sentido circular, sobre una base por lo general de madera, en la que se colocaban pequeños haces de paja; cada uno de ellos constituía una especie de cordón que iba recubierto por tiras más anchas de la misma paja, estando unidos los canutillos entre sí con cuerda, a modo de hilo. A partir de la base y hasta la mitad de la escriña, el diámetro iba aumentando, para reducirse a medida que se aproximaba a la boca, de dimensiones similares al fondo.
Se trata de un nuevo y último ejemplo, de cómo funcionaba el sistema de autoabastecimiento en Cabreira, a través de un trabajo tan sencillo, y actualmente en desuso, como es la fabricación de cestas.
Laboreo apícola, colmenas y colmenares en cabreira
En nuestra comarca, siguiendo las tradiciones ancestrales, cuando se localiza un enjambre en plena producción dentro de un tronco de árbol hueco, éste se cortaba según la voluminosidad de la colmena, lo que permitía apropiarse de la miel y de la cera, aunque acabasen con el enjambre, ya que las abejas no podrían seguir realizando su labor en este lugar, y por lo tanto morían.
Este antiguo proceso serviría de base para el posterior cultivo de las abejas, imitando en principio los lugares elegidos por ellas mismas. El hombre, de esta forma, corta troncos de árbol huecos e instala en ellos los enjambres. En los lugares donde la vegetación arbórea es escasa, colocan los enjambres en cestos de mimbre, aprovechando, sobre todo, aquellos que están deteriorados por el uso.
En Cabreira, los vecinos que poseían un elevado número de colmenas, solían protegerlas por recintos murados, situándolos a media ladera o en monte bajo. La razón de esta situación se debe al regular desplazamiento que han de realizar las abejas para apropiarse de su alimento, ya que la floración, va en progresión de la base de la montaña, en primavera – verano a las zonas más altas en otoño.
Las innumerables características de la miel, relacionadas con el color, sabor, textura, vienen marcadas por el tipo de vegetación circundante, así la miel de brezo toma un color más oscuro y es más rica en proteínas y vitaminas; la de romero posee un sabor similar al del mismo arbusto, mientras que las abejas que liban de la flor del castaño o eucalipto dan la miel con un color más claro, es menos compacta y no aporta tanta energía.
– Los Colmenares:
En Cabreira aparecen las colmenas protegidas por muros de piedra, orientados a media ladera dentro de la montaña y en su totalidad a solana, y lejos, por lo general, de las viviendas. Los materiales empleados son la caliza, la pizarra, e incluso, algunas piezas graníticas, así como los cantos rodados. Los recintos suelen ser murados de planta circular u oval.
Estas construcciones las soportan unos muros con una elevación aproximada de 2 a 3 metros, realizándose en mampostería trabada en seco, en algunos colmenares aparece la roca madre como pared inicial.
La disposición de los elementos que componen el muro se hace de manera arbitraria rellenando los huecos con elementos de menor tamaño. El ancho de estos muros suele ser constante en la parte inferior, metro y medio, aproximadamente, decreciendo el grosor según se eleva la construcción hasta llegar a su remate en la parte más alta, con 75 centímetros. De esta forma se logra un mayor equilibrio, teniendo en cuenta su disposición en zona de ladera.
Este muro siempre está rematado por un tejadillo o veira, de grandes losas de pizarra para proteger la pared e impedir la entrada de alimañas, y en su tiempo, del temible oso que frecuentaba estos parajes, pues este animal complementaba su dieta alimenticia habitualmente con miel. Para impedir que el viento desplace estas losas, se disponen encima piedras de distintos tamaños.
A estos recintos se penetra por uno de sus lados o por aquel lugar donde exista mejor accesibilidad por ser más llano, mediante una puerta construida con madera, generalmente de roble por tener mayor consistencia. Este vano es adintelado y suele tener reducidas dimensiones, apareciendo cerradura y clavazón, realizadas en las fraguas próximas. A veces esta puerta no existe, teniendo que emplear para el acceso al colmenar una escalera que después de utilizada se apoya en el suelo hasta la próxima visita del dueño. En algunos casos se entraba al recinto trepando por la pared y apoyando los pies en las piedras que sobresalían.
Internamente, el recinto está dispuesto en terrazas paralelas, aprovechando el desnivel del terreno y orientadas al sol. Para sujetar las mismas, se colocan o emplean grandes lajas de pizarra o bloques de piedra, siguiendo una disposición escalonada, permitiendo, al mismo tiempo, la colocación de las colmenas y el aislamiento de las mismas de la humedad.
La estructura de estos recintos de base circular u oval, bien podían haberse basado en las construcciones castreñas que tanto abundan por esta comarca. A los lugares, donde se orientan estos antiguos colmenares, se accede mediante senderos estrechos, hoy la mayoría invadidos por la vegetación, debido a su abandono, sin embargo las colmenas modernas se instalan de forma dispersa y en lugares bien comunicados para el mejor control por parte de sus dueños.
– Las Colmenas:
Las colmenas más antiguas se practicaban en troncos de árboles huecos. Posteriormente, al aumentar la crianza de abejas y no poseer suficientes árboles huecos, idearían el vaciado o «legrado» de los mismos. Estos son los que más abundan en la actualidad. Los troncos empleados iban desde los de mayor dureza a los más porosos, con una preferencia por los primeros. El roble, el negrillo, el cerezo, el castaño, la palera e, incluso, el chopo eran y son, en algunos casos, los que albergan las abejas.
Coetáneas a los anteriores serían las colmenas de corcho, aunque en la actualidad queden muy pocos ejemplares, debido a su deleznabilidad. La materia prima la extraen de algunos individuos relictos de alcornoque localizados en la zona de Santalavilla.
Posteriormente, se inventa la caja prismática de más fácil elaboración, porque entre otras cosas evita el trabajo de vaciado. Pero estos ejemplares no aparecen con demasiada asiduidad, como los de tronco de árbol, lo que lleva a pensar que se trataba de colmenas menos compactas, deteriorándose más pronto que las de tronco de árbol.
– COLMENA DE TRONCO DE ÁRBOL: Para fabricar este tipo de colmena, o se cortan árboles huecos o los vacían; este vaciado solía realizarse en algunos casos, con la misma herramienta que utilizaban para cortar y extraer el panal de la colmena. Este útil tiene una parte a modo de espátula y el extremo opuesto termina en gancho para su extracción. Lo más común era el uso de la gubia, instrumento cortante, que sirve para cortar y/o tallar la madera. El sistema consistía en ir vaciando el tronco dejando un grosor considerable, del mismo, hasta cinco centímetros, para que no se abriese. Después se pulía su interior.
La colmena de tronco de árbol, tenía una medida aproximada de un metro de alto y un diámetro que dependía del grosor de los árboles elegidos. Por lo general siempre se tomaban aquellos que poseían mayor diámetro. En el interior del tronco y en su parte baja se abrían unos pequeños círculos, en número variable, que sirven de entrada y salida a las abejas. Su disposición era variada: en horizontal o hilera en número de tres, incluso cuatro, en cruz formando un círculo o en disposición triangular. Estas entradas reciben el nombre de piquera o abeyaderos. En algunas zonas, no se llevan a cabo estas perforaciones, sino que alzan la colmena por la base disponiendo finas tablillas o piedras de medio centímetro de grosor, consiguiendo una pequeña rendija denominada furao. Esta entrada evita la colocación de solera o tablilla que se sitúa debajo los círculos de entrada, la cual sirve para que las abejas se posen antes de entrar en el recinto.
a) Colmena de tronco de árbol. b) Colmena de corcho. c) Colmena Prismática. d) Colmena tipo caseta.
La apertura superior del tronco se cierra con corcho o tabla, ajustándose a la superficie del hueco a modo de tapadera, para fijarla al tronco se disponen alrededor clavos o tacos de madera.
La tapa de corcho se realiza de la siguiente manera, después de seccionada y desprendida la corteza del alcornoque u otro árbol, se corta el diámetro igual al del truébano, introduciéndola posteriormente en agua caliente durante un tiempo, se saca y se coloca en un lugar plano, superponiendo una piedra de losa y cantos encima para que tome una forma plana.
La tapa de tabla puede ser de una pieza o de varias, siempre clavada con tacos de madera o clavos de hierro. Existen martillos de hierro destinados, exclusivamente, para sacar estos clavos. Este martillo poseía un mango de madera. En uno de sus extremos se encontraba el asentador y servía para golpear las puntas, en el otro, se encontraban las dos orejas con las puntas afiladas que se utilizaban para sacar los clavos.
Por lo general a esta cubrición se la denomina témpano. Superpuesta a este, instalan a modo de tejadillo una losa de pizarra o piedra, denominada barda, esta tapa se emplea para la protección de la lluvia, nieve y frío.
En el interior del tronco de árbol o cepo, a una o a dos alturas, se encajan unos palos delgados, que suelen ser de negrillo o salguera, palera o chopo, a modo de cruz sobresaliendo a veces dos centímetros del tronco por el exterior. Estas cruces son las que sirven para sujetar el panal.
La colmena se apoya sobre las lajas de pizarra o planchas de piedra que sujetan las terrazas o bancales, denominándolas bardas o soleras.
Las abejas son muy sensibles al frío, por lo que sus dueños tienen que revestir las colmenas, por dentro y por fuera, con barro. En los lugares donde no existía arcilla utilizaban boñiga o buesta fresca de animales, de modo que tapasen los posibles orificios que pudieran quedar en el tronco de árbol y sus cerramientos, impidiendo del mismo modo, la entrada de posibles insectos que perjudicaran a las abejas.
– COLMENA DE CORCHO: Este tipo de colmena tiene forma cilíndrica y se construía con la corteza del alcornoque, para extraerla del árbol seccionaban verticalmente la corteza con un cuchillo muy afilado. Su altura era de hasta un metro, separándola del tronco, posteriormente. Para hacerla más flexible y poderla dar forma, se sumerge en agua caliente durante unas horas. Al sacarla del agua, se construía la colmena superponiendo la generatriz del cilindro, fijándose ésta con clavos de madera. La disposición de los jueces, las formas de cerramiento, los orificios de entrada y salida de las abejas así como el resto de los elementos que componen la colmena, siguen las mismas pautas que las de tronco de árbol.
– COLMENA PRISMÁTICA: Esta colmena está realizada con tablas, por lo general de roble; su figura es prismática. Son rectángulos de hasta un metro de altura que se unen con clavos de madera o hierro. La base, el cierre y su disposición interna sigue el mismo patrón que la colmena de tronco de árbol.
– COLMENA DE CASETA: Junto a las anteriores, se conservan otras colmenas más evolucionadas, elaboradas también artesanalmente, sirviendo de modelo a la actual colmena americana o de perfección. Su estructura es cúbica, de madera de roble y en su interior se disponen verticalmente una serie de panales individuales que soportan los cubículos de cera fabricada en los antiguos lagares. Para cubrir esta caja instalan un tejadillo a dos aguas, de la misma madera, para verter aguas.
Con este tipo de colmena se ha logrado un mayor incremento de la producción así como un mejor saneamiento de la misma
Siguiendo una trayectoria progresiva en las tareas apícolas, se verá a continuación, como se capturaban los enjambres en épocas pasadas y cómo, aún, se conserva esta costumbre. Se expondrán los instrumentos utilizados para este menester.
Un segundo apartado, dará a conocer, la recolección de la cera y de la miel. Por último, se llevará a cabo, una descripción de para qué y cómo se utilizaban los productos apícolas.
– Captura de los enjambres:
El sistema de recogida de enjambres sigue siendo, en la actualidad, el mismo que realizaban nuestros bisabuelos.
Cuando el enjambre se reproduce suele nacer más de una reina, por lo que una, permanece en el lugar y el resto o emigra con una parte de las obreras y zánganos, o muere. Este modo de huida lo denomina enjambrar.
Después de salir del recinto o colmena donde nacieron, cada reina y su corte se dispersan, pudiéndose instalar en distintos lugares, en un tronco de árbol o rama, incluso bajo la losa que cubre la colmena.
El procedimiento de captura en el primer caso, consiste en la colocación de una sábana blanca debajo de la rama, pues se tiene la creencia de que el color blanco atrae a estos insectos. Se empleará un cepo o escriño de pequeñas dimensiones, untado su interior, según los casos, con hierba abejera (melisa), hierba abellarina que mezclan con miel; sin que falten los casos de mezclar melisa más vino; y en los distintos lugares mezclan hortelana o hierba-buena, malvas o también untando el interior del cepo con agua-miel. Todos estos aromas son familiares a las abejas, colocado, el cepo, bajo el enjambre emigrado, al percutir con una piedra el cepo o recogedor para que suene a hueco, entrando las abejas al recipiente.
En el segundo caso, o sea si se posan bajo la losa que cubre la colmena, utilizan simplemente, un barreño con pequeñas ramas de urces en su interior o fondo y colocándolo debajo, tocan con una piedra y las abejas entran en el cacharro.
Si las abejas no han encontrado lugar de asentamiento y aún están en vuelo, bien se toca con dos piedras imitando al pájaro carpintero o se lanza a lo alto tierra, ramas de urz, con lo que las abejas se aposentan de inmediato, en el lugar más cercano, al advertir un posible enemigo.
El propietario del nuevo enjambre es el que primero se adueñe de él, como tradicionalmente regía en el mundo romano.
La recogida del enjambre, por lo general, se hacía o se lleva a cabo al atardecer pues se supone que todo el enjambre se congregó en el lugar elegido.
– Recolección de los productos apícolas:
La extracción de estos productos apícolas se denomina catar o castrar. El desarrollo del mismo se lleva a cabo en primavera y en otoño. Si la zona es de montaña y por consiguiente más fría, como en el caso de Cabreira, sólo se realiza la extracción en el primer período, siendo el 19 de marzo la fecha más idónea. Esto es debido a que los meses de mal tiempo en la montaña son muchos, y las abejas necesitan alimento durante este largo periodo.
Si la colmena posee dos cruces o juicios, sólo se cata hasta el primero. El resto queda como base de regeneración del panal y como alimento de las abejas durante el invierno. Si sólo lleva un palo transversal, la extracción se hace hasta éste, dejándolas parte del alimento.
La cata, por lo general, la realizan los hombres. Si en la familia no los hubiera, se contrata uno o se recurre a un familiar para este menester. A la hora de catar, para evitar el peligro de picaduras, solían cubrirse la cabeza con una careta y un sombrero o capuchón, realizado con trapo de lino, al que se le incorporaba una rejilla de alambre en su parte frontal, atándose al cuello con una cuerda. Para las manos utilizaban guantes de lana o unos simples calcetines largos, de lana, a modo de guantes.
Para realizar esta labor, el panal a extraer tiene que estar libre de abejas, por lo que emplean un ahumador, al objeto de concentrar las abejas en la parte baja de la colmena y realizar la cata sin peligro. Este ahumador podía ser un puchero viejo, de barro, botijo deteriorado o jarro de porcelana, con un agujero en el fondo. En su interior se introducía hierba o heno seco, trapos viejos, ristras de ajos secas, incluso boñiga seca, pues esta última se ha aplicado para avivar los fogones hasta hace pocas décadas.
Esta hierba o boñiga se encendía en el interior del cacharro, soplando por uno de los orificios para que saliera el humo y no saliera llama, lo que obligaría a las abejas a concentrarse, como se ha dicho, en la parte baja. De esta forma se realiza la cata sin dañar la colmena.
En la actualidad se usa un método más moderno, el ahumador de fábrica. Se trata de un fuelle de cuero acoplado a una vasija de latón donde se introducen encendidos los materiales que antes vimos.
Los panales se extraen con un catador o castrador, utilizado en algunos casos, como vimos anteriormente, para el vaciado de los troncos de los árboles. Este útil, se puede ver en la mayoría de las viviendas de tradición colmenera. A veces empleaban un cuchillo de grandes proporciones destinado a este fin, extrayendo el panal con las manos.
Después de cortado el panal con la espátula cortante, se iza en la parte ganchuda, depositándose el grueso del panal en un barreño de barro bruñido o en una caldera de cobre. Posteriormente, se toman, con las manos, pequeñas porciones, que se estrujan fuertemente hasta que sale la mayor parte de la miel, operación que por lo general se denomina esmelgar, obteniéndose, de esta forma, bolas de cera. Estas bolas, denominadas, también, pellas, se colocan en un capillo o bolsa de lino, pues su trama es más abierta que la de otras telas, colgándose a continuación en una de las vigas de la cocina, donde se aprovecha el calor y podía desprenderse más fácilmente la miel que aún quedaba en esas bolas. Debajo de esta bolsa se coloca un barreño donde caía la miel.
Después de esta operación, aún la cera no está totalmente libre de miel. Por lo que se introduce en una caldera o pote de agua caliente, para que la cera, al ser menos densa, quede en la superficie, y pueda ser retirada seguidamente con las manos. Esta primera cera es la más pura y se denomina cera virgen. El agua que queda después de extraída la cera restante, también se aprovecha: es el agua-miel tan apetecida por los niños, pues, fría, es una bebida sana y refrescante.
Otra técnica que se empleaba para la extracción de la miel, sobre todo en aquellas viviendas donde la recolección era más copiosa, estribaba en la utilización de un potro de madera. Consistía éste en un tronco de árbol apoyado sobre cuatro patas, en cuyo interior se hallaba un canal que recibía desde uno de sus extremos la acción de un torniquete, el cual aplastaba la cera y expulsaba la miel por unos orificios hechos en la parte baja del potro.
Actualmente, los propietarios de gran número de colmenas o los pequeños apicultores asociados, utilizan máquinas centrifugadoras para la extracción de la miel, siendo este sistema más higiénico y más rápido.
– Utilización de las abejas y sus productos:
La utilización de la abeja como animal polinizador, así como sus productos viene de antiguo. Conservándose en la actualidad todas estas formas tradicionales.
-La miel: Después de separada la miel, ésta se deposita en pucheros de barro, cubriéndose con un trapo de lino atado en su boca con hilo o cuerda.
La producción la consumía, generalmente, la familia; cuando aquella era elevada, se regalaba a parientes o vecinos; incluso, se vendía en los pueblos donde faltaba este producto.
La utilidad de la miel era muy variada: De entrada hacían agua-miel o hidromiel, por cierto, ya consumida por egipcios y griegos. Existía en Cabreira, la elaboración de aguardiente de miel.
La miel era muy eficaz para la curación de heridas. Mezclándose con plantas medicinales se obtenía un emplasto que aplicado a las heridas de personas o animales daba favorables resultados. Un buen remedio para los labios agrietados era la miel, untándose sobre todo antes de acostarse y desaparecían las grietas en poco tiempo. Cuando picaba una abeja, lo más común para bajar el hinchazón y acabar con los escozores era el uso de la miel, directamente sobre la zona afectada.
Esta actividad sanadora de la miel llega hasta nuestros días, utilizándose en la curación de catarros y gripes, mezclándola con limón o haciendo una infusión caliente con hojas de lantel o poleo.
Hoy, la miel, está volviendo a ser un producto demandado en sustitución de los industriales y químicos, pues son reconocidas sus propiedades curativas y vitamínicas.
-La cera: Separada la miel de la cera, ésta pasará a calentarse en cazuelas con, colocación, a veces, de un cordel de forma vertical en el centro del cacharro. Después se sacará del fuego para que se enfríe, se tirará de la cuerda, desprendiéndose, así, el molde de la cera con facilidad, y estará lista ya para la elaboración de velas o para la venta.
Sus propiedades curativas y de embalsamamiento ya eran conocidas desde antiguo. Nuestros antepasados más inmediatos la utilizaban unida a otros productos como la miel y las plantas medicinales para la realización de ungüentos, los cuales aplicaban a las distintas heridas.
Lo más común era el aprovechamiento de la cera para la realización de velas, bien para uso doméstico, forma de utilización casi generalizada en todos los pueblos de nuestra comarca hasta casi la mitad de nuestro siglo, o para la realización de velándonos y cirios (velas de mayor diámetro) destinadas para el culto en el día de los difuntos o en los entierros. Digamos que las indicadas velas o hachas solían colocarse en hacheros, de madera con orificios para sujetar las velas, que colocaban al lado del difunto.
La cera, que no se aprovechaba para la realización de velas o para la medicina casera, se vendía a los cereros, cacharreros o pellejeros, que hacían un recorrido regular una o dos veces al año, para la recogida de este producto y otros, como pieles, trapos viejos, con los que abastecían los telares caseros para la fabricación de mantas, etc. Estos compradores ambulantes o intermediarios llegaban de distintos puntos: los zamoranos y bejaranos que visitaban Cabreira abastecían los lagares de Zamora.
Los lagareros serían los encargados de blanquear la cera y liberarla de impurezas, así como de fabricar al por mayor velas, velandones, medallones y exvotos. Estos lagares, posteriormente, venderían las piezas fabricadas a los cereros que volverían por las zonas que les proporcionó la materia prima a distribuir los productos ya elaborados.
La cera también servía par la fabricación de betún, de barnices, para cosmética y farmacia y para untar los zapateros los cabos de hilo de cáñamo para remendar o coser los zapatos.
En la actualidad muchas de estas utilidades se han perdido debido a las nuevas técnicas substitutivas que se emplean para realizar estos productos.
Pero no sólo se aprovecha la cera y la miel. En la actualidad uno de los productos más demandados por los naturistas es el polen, polvillo fecundante que se encuentra en las anteras de los estambres de las flores. A la vez que las abejas las visitan, éstas realizan un doble trabajo, por un lado contribuyen a la fecundación floral transportando dicho polen en sus patas de unas flores a otras. Sin este trabajo, la germinación de muchas flores y árboles no se produciría y descendería considerablemente la producción de frutos. Por otro lado, el hombre se apropia de esta sustancia, colocando un papelito de lija en la solera, donde se posan las abejas antes de entrar a la colmena, las que pierden parte de este preciado producto. El resto de polen, que queda en sus patas, lo utilizan las abejas para su alimento. No hay que olvidar la importancia que comporta la secreción producida por las abejas de la jalea real, tan utilizada en los últimos años para uso terapéutico.
La extensa gama de productos apícolas, resulta patente con sólo acercarnos a una tienda de dietética-naturalista donde, por cierto, junto a los productos tradicionales, que nos ocupan, miel y cera, se ofrecen otros, resultado de arduas investigaciones y trabajo.